Para febrero de 2020 ya estábamos completamente mudados a la sede en el Barrio 31 y teníamos por delante una nueva etapa. Decidí encararla con un cambio en la misión del ministerio y para eso era necesario llevar adelante una discusión franca sobre la educación. ¿Cuáles son los desafíos actuales? Estamos en un contexto cambiante, el mundo no es el mismo y hay transformaciones que requieren respuestas creativas. Se abrían interrogantes. ¿La misión de la educación puede seguir siendo la misma? ¿Cómo podemos aportar desde la educación a ese desarrollo económico y productivo de la ciudad? Hacía tiempo que veníamos trabajando en esa dirección. En un mundo cambiante, con transformaciones que se producen a gran velocidad, es vital que los estudiantes salgan de la escuela con todas las habilidades del siglo XXI. Tenemos que formar personas capaces de insertarse en el mundo que les toca vivir y el que viene: incierto, dinámico y en constante transformación, y también personas íntegras, autónomas, con pensamiento crítico y capaces de hacer aportes significativos para la sociedad.
Reformulamos la misión del ministerio entendiendo que la formación no acaba con la escolaridad obligatoria, que es nuestro deber acompañar el potencial de las personas para que sean protagonistas del desarrollo sostenido de la Ciudad, que el aprendizaje es algo que se da a lo largo de toda la vida y por eso debemos acompañarlo en todo momento.
Comencé a comprender la importancia de la educación desde muy chica, en el seno de una familia de clase media de Bariloche. A través de la experiencia y el recorrido de nuestros padres, los cuatro hermanos siempre tuvimos una especie de mandato familiar: íbamos a estudiar en la universidad. Crecimos con esa convicción aunque supiéramos que iba a ser difícil, porque para seguir estudiando debíamos alejarnos de casa, mudarnos a una ciudad más grande, alquilar, conseguir trabajo para ayudar a nuestros padres. Mi mamá Stella era maestra, una licenciada en Historia que trabajaba como docente de lo que hubiera, sumaba horas en primaria o secundaria para contribuir en la economía familiar. Mi papá Mario era bombero, de esos bomberos que además son policías, y que renunció a la fuerza en el año 75 o 76, más o menos en la época en la que yo nací. Entonces puso un negocio de venta de matafuegos y artículos para los bomberos; más adelante puso un kiosco y después otros comercios. Siempre fue un comerciante que se iba adaptando a los tiempos, yo suelo decir que mi papá es un buscavidas.
Los dos, en realidad, hicieron todo lo que estaba a su alcance para que pudiéramos estudiar y creo que por eso tengo tan internalizada la concepción de que el aprendizaje es algo que se sostiene a lo largo de toda la vida: es como seguir buscando. Porque a mayor educación, más herramientas. Esto es así para todos, pero las estadísticas y la experiencia nos demuestran que es una realidad insoslayable para las mujeres, porque una mejor educación nos permite contar con recursos para superar situaciones de abuso, enfrentarnos a un hombre violento y, sobre todo, conseguir una imprescindible autonomía económica. Si seguimos formándonos, tendremos mayor independencia, mejores expectativas laborales, podremos aspirar a un empleo mejor y discutir un salario más alto.
Con esta nueva misión encaramos la segunda etapa en el ministerio: los destinatarios de nuestras políticas son todas las personas, porque todos, en algún momento de la vida, necesitamos formarnos, aprender algo nuevo, actualizarnos y reinventarnos. Estamos acostumbrados a pensar que los destinatarios de las políticas públicas en educación son los niños en edad de educación obligatoria y los que acceden a la formación profesional y terciaria, pero en una sociedad altamente tecnologizada nunca terminamos de aprender. Porque todos somos, cada quién a su modo, emprendedores de nuestras vidas.