Era mucho lo que había que hacer en aquellos primeros meses. Los comienzos de año en Educación vienen siempre con mucho trabajo: la planificación, las colonias de verano y las negociaciones salariales que muchas veces terminan en conflictos sindicales que retrasan el normal comienzo de las clases. A lo de siempre, en 2020 sumamos el traslado al nuevo edificio y algunas complicaciones porque el dengue estaba siendo un problema sanitario preocupante. En lo personal, sabía que a principios de abril me iba a tomar la licencia por maternidad y debía dejar todo encaminado. ¿Cómo imaginaba ese proceso?Volviendo rapidito, rapidito. Me voy un toque y sigo, me decía a mí misma. Era tanta la adrenalina de todo lo que había por hacer, que para mí esa licencia era un detalle.
Ya lo había hecho cuando nació mi primer hijo: trabajé hasta el último día y regresé en cuanto pude.
Sé que tengo algo obsesivo con el trabajo y trato siempre de estar arriba de todas las decisiones, pero con la maternidad hay algo diferente. Las mujeres siempre tenemos que explicar más, demostrar que podemos equilibrar la familia con el trabajo, que si decidimos tener un hijo eso no implica que no prioricemos nuestro desarrollo profesional o nuestra carrera política, como en mi caso. A lo largo de los años fui viendo cómo muchos de los varones del gabinete tuvieron hijos, se iban dos o tres días y estaban de regreso muy pronto.
Yo asumí embarazada y necesariamente iba a estar ausente durante un par de meses. Eso me generaba una mezcla de dudas, culpa y temores: van a pensar que es menos importante el trabajo para mí porque priorizo la familia. Sabemos que esas cosas no se le pasan por la cabeza a un hombre cuando va a tener un hijo, pero así me sentía yo. Probablemente estaba todo en mi cabeza y de hecho el tiempo me lo demostró, pero esa sensación no era del todo injustificada: no había antecedentes. Resulta que en el régimen gerencial por el que nos regimos los ministros de la Ciudad, no existía la licencia por maternidad. Esto llama la atención pero hay que tener en cuenta algo tan simple como contundente: nunca antes hubo ministras que quedaran embarazadas durante su gestión. Tradicionalmente, las mujeres que llegan a estos cargos lo hacen siendo un poco más grandes y después de otros recorridos personales; sin embargo, cada vez hay más mujeres jóvenes en cargos de gestión. Los tiempos están cambiando porque hubo mujeres que fueron abriendo el camino, cada vez somos más las que ocupamos espacios tradicionalmente masculinos y lo hacemos enfrentándonos a pequeñas dificultades cotidianas y también a grandes desafíos. Formo parte de un espacio político preocupado por estos temas y que, siendo conscientes de que falta mucho por hacer, revisa constantemente sus prácticas para generar cambios profundos y sostenibles en el tiempo. Cuando Horacio asumió su segunda gestión fue muy claro en el mandato para la conformación de los nuevos equipos de trabajo: generar oportunidades reales para que las mujeres desarrollemos nuestro potencial y equilibrar la composición de género en el gabinete y las distintas áreas de gobierno.
Por eso, antes de hablar del momento en que me fui de licencia por maternidad, me gustaría contar lo que pasó previamente, por qué Horacio Rodríguez Larreta volvió a apostar por mí para un área tan compleja y estratégica como Educación, cuando ya estaba embarazada. No debería ser una cosa a resaltar, pero como es tan poco frecuente, me veo casi obligada a hacerlo. Decidí tener otro hijo mientras transitaba el último tramo de mi primera gestión. Teníamos a Santi, de 10 años, y queríamos más hijos, él siempre nos insistía con eso, quería un hermanito para jugar. Sin embargo, yo sentía que nunca era el momento apropiado y lo iba postergando.
Hace mucho tiempo que trabajo en áreas de gobierno donde los desafíos son constantes y exigen una dedicación permanente, y aunque era consciente de que el momento ideal nunca iba a llegar, fui aplazando la maternidad. Lo más importante para mí es que no estaba sola en esto porque mi marido lo entendía y nunca me presionó. Diego es un fuera de serie, él también trabaja en política y comprendía cada uno de mis reparos. Sabía de qué hablaba cuando temía por la continuidad de mi carrera, me acompañaba, intentaba quitarme las presiones de encima al tiempo que aceptaba mis decisiones. En estos debates internos que las mujeres solemos tener entre familia y profesión, las que ponemos el cuerpo somos nosotras. Por eso lo pensamos más de una vez.
Así que el día que caí en la cuenta de que nunca iba a haber un momento ideal, cuando pude ordenar mis prioridades y saber qué era lo importante y lo que deseaba, en ese instante decidí que por fin íbamos a tener el hijo que queríamos con Diego y el hermanito que Santi esperaba. Yo no sabía si después iba a volver a la gestión, incluso porque el proceso podía resultar más extenso y complicado que lo normal. Postergar la maternidad también trae consecuencias para nosotras, porque el cuerpo de la mujer está preparado para otros tiempos que no son los mismos que los de la profesión o la carrera política, entonces el deseo de tener otro hijo venía de la mano con un proceso desconocido. Era más complejo, involucraba un tratamiento que podía tener complicaciones y llevar tiempo, por eso decidí hablar con Horacio al respecto.
Lo que recuerdo de aquella charla es que di mil vueltas, me descubrí a mí misma dando demasiadas explicaciones, argumentando y cubriéndome por una decisión que ya había tomado. Iba a intentar tener un hijo, podía haber dificultades con el tratamiento, después habría una licencia y quería que no se viera interrumpida mi carrera política.
Espero que lo entienda, pensaba, mientras seguía excusándome. Lo que no tuve en cuenta durante el comienzo de esa conversación es que hace años que trabajo día a día con Horacio y conozco cómo actúa. Sé que muchas de las rutinas de la política en el Gobierno de la Ciudad cambiaron con su estilo, que para él la vida familiar es sustancial, parte indisociable de la función. Desde que lo conozco remarca eso, incluso jamás hacemos reuniones de trabajo a la noche a menos que sea imprescindible o en situaciones de emergencia, porque ese es un momento para estar en familia. Así que ahí estaba yo, dando explicaciones, cuando me dijo:
—¿Y por qué le das tantas vueltas si está buenísimo? Mejor contame cómo es el tratamiento.
Terminamos hablando del proceso que estaba a punto de encarar y me fui de la reunión con el alivio del apoyo y una promesa:
—Te juro que voy a volver.
Tiempo después, y con una panza de seis meses, estaba tomando juramento para mi segundo período como ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.