“El día que ir a la escuela fue noticia” ofrece una mirada retrospectiva de la pandemia y la educación. A través de este, Soledad Acuña recorre el camino transitado durante la pandemia, y los meses en los que las escuelas de todo el país cerraron sus puertas. En este sentido, detalla sus sensaciones personales y los principales momentos de este período.
En las líneas finales, reflexiona sobre lo ocurrido y expresa: “Los meses de emergencia sanitaria tuvieron un costo alto en nuestra salud, nuestra economía y nuestras vidas. En Argentina, el sistema educativo enfrentó una situación inédita, para la que nadie estaba preparado. A lo largo de los distintos capítulos, repasé todo ese proceso que me tocó vivir como ministra de Educación pero que siempre entendí como una experiencia colectiva. La pandemia, entre muchas otras cosas, puso a prueba no solo la capacidad de los gobiernos para abordar situaciones de extrema complejidad, sino también el sustento empírico de nuestras decisiones”.
En este sentido, cuenta cómo cambió el rol de la sociedad luego de la pandemia: “Sin dudas, de aquí en adelante, las sociedades van a exigir a los gobiernos datos e información contrastable a la hora de adoptar medidas que afecten la vida y la libertad de las personas. La pandemia ha dejado de manifiesto que la gestión no puede estar basada en percepciones sino en evidencia. Desde nuestro espacio político tenemos como punto de partida el respeto a los valores republicanos: la igualdad ante la ley, el estado de derecho y la libertad irrenunciable de los ciudadanos. El apego a estos valores supone que confiamos en las personas y en su responsabilidad. Entendemos que nuestro rol como servidores públicos es poner a disposición de la ciudadanía toda la información necesaria para la toma de decisiones. La recolección de datos y el monitoreo constante de las experiencias a nivel internacional por parte de nuestro Gobierno fueron elementos clave a la hora de dar la discusión por la presencialidad”.
Además, agregó: “En ese debate pronto descubrimos que no estábamos solos: madres y padres preocupados por la situación de sus hijos comenzaron a buscar información, sistematizarla y ponerla a disposición para abrir la conversación pública intentando contrarrestar un discurso oficial basado en el miedo. Mientras el mundo ensayaba alternativas para mantener la continuidad educativa con las aulas abiertas, en nuestro país —incluso muy avanzado 2021— se seguía obturando la discusión decreto tras decreto. Nuestros esfuerzos en la Ciudad y el protagonismo de la sociedad civil organizada tuvieron un punto de encuentro en la aparición de la educación como tema central de la agenda ciudadana”.
Por otra parte, resalta que la pandemia generó una mayor presencia de las familias, en la comunidad educativa: “Sin lugar a dudas, el hecho más novedoso en esta discusión fue el surgimiento de organizaciones de familias en todo el país unidas por un mismo objetivo. Hacía tiempo que la educación como bandera no era levantada por la sociedad civil. Luego de muchos y largos años en manos de algunas organizaciones sindicales y facciones partidarias que se erigieron en dueños de algo que nos pertenecía a todos, la educación volvió a ser una causa común. Con la suspensión de la presencialidad, volvimos a reconocer el rol de la escuela como factor ordenador del resto de la sociedad”.
A su vez, señaló que el cierre de escuelas generó un incremento en las desigualdades de género: “El esquema de virtualidad profundizó las inequidades que ya conocíamos, entre ellas, la brecha de género porque fueron mayoritariamente las mujeres —nueve de cada diez personas— quienes acompañaron a los chicos de primaria e inicial en el proceso de aprendizaje. A la sobrecarga en las tareas de cuidado se sumó el deterioro de su actividad económica. Aunque las restricciones impuestas impactaron en toda la población, a las mujeres les costó mucho más recuperarse del cimbronazo que sufrió su vida laboral”.
Finalmente, expresa: “Por eso escribí este libro, porque vivimos una situación excepcional y muchas de las soluciones que pensamos —aun tomadas desde la planificación— no siempre fueron suficientes. El caso de la tecnología es un ejemplo: a pesar de contar con una alta conectividad, capacitaciones, herramientas para docentes y estudiantes, la virtualidad mostró sus límites. De ahí la necesidad de ponerlo en palabras. No podemos volver a la escuela tal y como era antes de la pandemia. Una condición necesaria para construir el futuro es partir de las lecciones aprendidas durante este tiempo extraordinario. Sigo creyendo que la política es la mejor herramienta para transformar la realidad. Pero no cualquier forma de hacer política: una con valores claros que sirvan como guía para la gestión pública. Creemos que los principios de un buen gobierno se asientan en decisiones tomadas en base a la evidencia, desarrolladas con método y planificación. Se dice que la política es el arte de lo posible, pero son las reglas y las instituciones las que dan un marco a esas posibilidades. El respeto a esos valores es lo que caracteriza nuestro modelo de gobierno, y por eso es que no todos somos lo mismo”.