La pandemia significó un gran cambio en la educación de todo el mundo. En 2020, debido al aumento de contagios de Covid-19 y el riesgo que estos significaban para el sistema de salud, los gobiernos se vieron en la necesidad de decretar un aislamiento social y obligatorio para la sociedad. En este sentido, las escuelas cerraron, y las clases comenzaron a dictarse de manera remota, a través de las computadoras. Con el correr de las semanas, de a poco se fue evidenciando que era imprescindible que los chicos y las chicas pudieran volver a las aulas. Por esta razón, la educación pasó a estar entre las principales preocupaciones de la población.
La ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, mantuvo firme la idea de que la escuela tenía un rol fundamental como ordenadora de la sociedad, y que por eso había que hacer el esfuerzo de mantenerlas abiertas el mayor tiempo posible. En su libro, Acuña cuenta que cuestionó la decisión del gobierno nacional de suspender las clases en todo el país: “Por eso resulta inentendible la decisión de suspender las clases apenas comenzado el ciclo lectivo, transitando todavía el verano, con muchos meses por delante para preparar el sistema de salud y de acuerdo a las previsiones de que la circulación del virus comenzaría con los meses de frío. Había un enorme miedo a una escalada de contagios, pavor a que se replicaran en nuestro país las imágenes de muerte y hospitales saturados que llegaban desde Italia. Claramente era una decisión política. El lunes 16 a la mañana los estudiantes y docentes no irían a clases por una medida que, en los papeles, iba a durar hasta el 31 de marzo, aunque todos sabíamos que se iba a extender”.
En los días siguientes, la titular de la cartera educativa porteña iniciara su licencia por maternidad, lo que la mantendría alejada del Ministerio, pero en un contacto directo con la realidad de su hijo mayor, sus compañeros, las familias y los docentes, que tenían que quedarse en sus casas sin poder ir a la escuela. Tal como se expresa en el capítulo 5 del libro, al poco tiempo se demostró que no daba lo mismo ir o no ir a la escuela, y que las clases virtuales no podían reemplazar a la presencialidad “La escuela es una institución clave en la formación de los jóvenes, debe cumplir su rol fundamental de educar a los jóvenes con contenidos apropiados para su edad pero también es un espacio físico de juego, socialización y contención, y eso se había perdido. Para abordar un problema es necesario primero conocerlo, no mirar para otro lado, contar con información y tener la determinación política para encararlo. La salud mental y emocional de nuestros chicos estaba en riesgo y, como gobierno, era nuestra responsabilidad no solo identificar el problema sino tomar las medidas necesarias para revertirlo”. El ministerio de Educación y Soledad Acuña redoblaron los esfuerzos para mantener el contacto con las familias, y de este modo poder visibilizar la realidad de cada una de ellas, lo cual causó que se redoblaran los esfuerzos para permitir que los alumnos pudieran reencontrarse con sus compañeros y docentes en las escuelas.
Las enseñanzas que nos deja el libro
Luego de lograr la reapertura de los establecimientos a finales del 2020 y la vuelta a clases anticipada con presencialidad plena en el 2021, Soledad Acuña y su equipo continuaron trabajando en planes para recuperar el tiempo perdido por la pandemia, y garantizar que los chicos pudieran continuar con sus trayectorias escolares con los conocimientos esperados para su edad, y así poder acceder a una educación de calidad.
En 2022, la ministra publicó “El día que ir a la escuela fue noticia”, un libro que recupera los principales momentos de su gestión en la pandemia, con el objetivo de recordar los aciertos y los errores cometidos en esos años, y así poder aprender de ellos, en las decisiones que se tomen en el futuro.
En las palabras introductorias, Acuña nos invita a la reflexión: “Hubo un tiempo hace no mucho en el que todas las escuelas se cerraron y los estudiantes de todo el país se quedaron sin volver a sus aulas durante casi un año. Dicen que lo que no se nombra no existe. Necesitamos como sociedad entender cuánto atravesamos y, sobre todo, dónde nos equivocamos para evitar repetir los errores. Recapitular todo lo que vivimos para que, de acá en adelante, nunca más volvamos a resignar las libertades y la educación por temor y por no entender”.