En este libro intento contar cómo fue el proceso inédito del cierre de escuelas desde marzo de 2020 (momento en el que también me convertí en mamá por segunda vez) y todo el camino que recorrimos hasta lograr en agosto de 2021 la presencialidad plena.
Lograr la presencialidad en las escuelas en un contexto de pandemia no fue un camino fácil pero que sin dudas valió la pena. Lo más importante es que no lo hicimos solos. Lo hicimos junto a madres y padres, docentes, alumnos. Cada uno de ellos puso lo suyo para defender lo más importante: la educación. Por eso, en el libro quise que también estén presentes las voces de ellos, los verdaderos protagonistas.
La pandemia y la cuarentena nos puso a todos ―las familias y a toda la sociedad― ante un par de preguntas muy crudas, claves y que no nos preguntamos ni debatimos lo suficiente: ¿Qué rol tiene que ocupar la escuela? ¿Y para qué educamos?
Nosotros, desde el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, tenemos hace 15 años esa visión muy clara. Por eso la pelea por la presencialidad que dimos en 2020 y 2021 no fue un hecho aislado, sino un hito más, muy visible de una pelea que venimos dando hace tiempo.
Los datos y la información evidencian que la cuarentena de casi nueve meses que tuvimos en 2020, y la virtualidad provocaron un daño tremendo en los chicos. Daño no solo en términos de aprendizajes sino también en su bienestar emocional.
Por eso, volver a cerrar las escuelas en el 2021 no era una opción. Nosotros sabíamos que teníamos que darlo todo para mantener a los chicos en el aula. La evidencia estaba ahí. Las clases presenciales no eran un riesgo epidemiológico. La prohibición de las clases presenciales tenía otros fines. Las políticas públicas y las políticas de Estado no se pueden improvisar. Se toman con evidencia, con planificación y teniendo las prioridades claras. Y a pesar de tener que trabajar en circunstancias de mucha incertidumbre para combatir la cuestión sanitaria y a la vez gestionar el dolor, la angustia y la crisis emocional de las personas, yo siempre estuve muy segura de lo que estábamos haciendo porque la evidencia que habíamos reunido nos indicaba dos cosas: la virtualidad estaba hipotecando el futuro de los chicos y ya no había sustento epidemiológico para mantenerlos en sus casas como quería el presidente.
Con Horacio Rodríguez Larreta siempre tuvimos nuestras prioridades claras. Quitarle a los chicos y jóvenes oportunidades, hipotecar su futuro, por especulaciones políticas, no era una opción. La presencialidad no fue una pelea muy distinta a las que tenemos que dar a diario. Teníamos un sector de la sociedad que se había enamorado de la cuarentena.
Lamentablemente son los mismos que desde hace muchos años tienen secuestrados los destinos y el debate de la educación en gran parte del país. Son los mismos de siempre, que hablan desde supuestos atriles de autoridad moral. Y esos “defensores de la educación pública” son los que militaron el cierre de las escuelas.
Durante 15 años no pudieron frenarnos: Construimos 108 escuelas. Pusimos inglés obligatorio desde primer grado. Reformamos la escuela secundaria. Implementamos las prácticas educativas y la educación financiera. Abrimos las primeras 6 escuelas bilingües. Formamos programadores. Profesionalizamos la carrera docente. Creamos la universidad de la ciudad.
En este sentido y con la intención de frenar el daño que la pandemia le estaba causando a los chicos, tomamos la decisión de pelear contra un gobierno que se enamoró de una medida que le había dado popularidad. Fuimos a la justicia con la evidencia científica en la mano y ganamos la posibilidad de que los chicos estén donde tenían que estar: el aula.
Y lo más importante es que no lo hicimos solos. Madres y padres, docentes, alumnos. Cada uno de ellos puso lo suyo. No le temieron al «que dirán» y lucharon por lo que creían. Y no solo peleamos por los derechos de los chicos. Sino que también fue por aquellas en quien cayó mayoritariamente la carga de los cuidados: nosotras, las mujeres. Esta es la principal diferencia: los hechos, contra las palabras, envolverse de falsas banderas o realmente ocuparse de quienes lo necesitan.
Hoy, gracias a la pelea que dieron miles de familias y docentes en su lucha por la presencialidad instalamos un debate profundo y un mayor interés por la educación. Estamos dando la batalla cultural sobre el futuro de la educación en la Argentina.
En el fondo el libro que escribí no evoca a una pelea o una discusión coyuntural, sino que tiene que ver con el sentido profundo del rol que le damos a la educación. Tiene que ver con ¿para qué educamos?
Que este libro sea un elemento que nos recuerde que el miedo a lo desconocido jamás puede restringir nuestros derechos y libertades, que el futuro está en la escuela y que ese futuro no se puede volver a cerrar nunca más.