En febrero de 2020, nuestras actividades eran las habituales para esa altura del año: tener todo listo para el comienzo de clases. Los docentes ya estaban en sus puestos de trabajo, los estudiantes secundarios con sus exámenes, llevábamos adelante las capacitaciones docentes, los actos públicos para la cobertura de cargos. Es decir, el año estaba en marcha.
Faltaba más de un mes, según lo previsto, para irme de licencia. La fecha de parto prevista era principios de abril, por lo que imaginaba reincorporarme antes de las vacaciones de invierno. Esa previsión, y la naturaleza política del cargo que ejerzo, llevó a Horacio a decidir que no iba a haber un reemplazo, porque contábamos con un gran equipo, una planificación y la coordinación general de mi jefe de gabinete Luis Bullrich para garantizar la continuidad.
La primera vez que el Covid irrumpió de modo significativo en la gestión fue cuando recibí una llamada de la secretaría de Asuntos Estratégicos del Gobierno de la Ciudad:
—Horacio va a hacer una conferencia de prensa por el tema de esta enfermedad china, vamos a anunciar medidas y algunas involucran a Educación. Si podés, vení.
Mi primera reacción fue repasar la cantidad de dependencias que tiene el ministerio: 820 edificios y más de 2700 escuelas. Imaginé que se trataba del anuncio de alguna medida de control o de implementación. ¿Tendría que movilizar de un momento a otro a todas las empresas de limpieza, a todos los servicios, a todos los auxiliares en cada uno de los establecimientos? Aunque a nivel nacional los funcionarios de salud seguían minimizando la propagación mundial del virus, en la Ciudad se empezó a ver el tema con preocupación y por eso el jefe de Gobierno, acompañado por el ministro de Salud, querían actuar preventivamente. Se organizó una reunión para analizar el estado de situación con la escasa información disponible y sobre esa base se convocó a la primera conferencia de prensa específica sobre el coronavirus. Fueron, principalmente, recomendaciones de cuidado y medidas de higiene. La prevención era el único aspecto sanitario sobre el que teníamos datos e información concreta.
Para esa altura ya teníamos iniciado el curso de articulación de los alumnos de primer año del secundario, pero no en el resto de los niveles ya que habíamos acordado en el Consejo Federal de Educación que todos los distritos comenzarían juntos el 3 de marzo. En pocos días todo se fue desarrollando de manera vertiginosa, incluso caótica. Por lo pronto, en el ministerio tuvimos la primera eventualidad por fuera de nuestra planificación. A la luz de lo que sucedió después, de la suspensión de clases por tiempo indeterminado y todo lo que nos costó la pelea por la vuelta a la presencialidad, ahora resulta insignificante la preocupación con la que me fui de aquella conferencia de prensa en la que nuestro gobierno anunció medidas de higiene: ¿cómo hago para comprar la cantidad de jabón que necesitamos para todas las escuelas y todos los baños?
Las compras en el Estado no son como las que uno hace en su casa. Nosotros estamos acostumbrados a gestionar con tiempo y planificación, anticiparnos a las contingencias y tomar decisiones con tiempo, de manera previsible. Entonces, de un momento a otro, teníamos que aumentar el stock de jabón, decidir si era sólido o líquido, pensar cómo reponerlo y quiénes lo harían. No podemos ampliar una licitación así como así porque manejamos fondos públicos, seguimos procedimientos que no tienen ningún tipo de correlación con lo que uno hace, por ejemplo, cuando debe comprar jabón para su casa.
A nivel educativo, mientras tanto, evaluábamos todos los escenarios posibles. No solo debíamos garantizar la limpieza, desinfección y provisión de elementos en cada uno de los establecimientos; también comenzamos a sopesar medidas en materia educativa que deberíamos tomar ante un hipotético cierre de las escuelas. Necesitábamos anticiparnos.
Esa noche volví a casa con preocupaciones nuevas a partir de lo que se estaba escuchando, de lo que circulaba en los pasillos del ministerio y de lo que se reproducía a partir de las noticias en los medios. Cuando Diego volvió de trabajar, lo apabullé con un montón de cosas que me hicieron pensar en la falta de previsión para nuestra vida doméstica:
—Mirá que se está diciendo que van a cerrar los negocios, que va a faltar todo y eso significa desabastecimiento. Tenemos que prepararnos, no hay comida, no compramos nada para el bebé, no tenemos ni pañales.
Le pareció exagerada mi preocupación e intentó transmitirme calma. Sé que por su trabajo en el Conurbano se enfrenta a situaciones muy difíciles a diario, entonces me pareció lógica su perspectiva. Sin embargo, cuando me levanté al otro día, supe que Diego no había podido dormir pensando en lo que le dije y salió de madrugada. Fue al chino y compró diez paquetes de pañales y toallitas, que fue lo único que encontró para el bebé y, ya que estaba, trajo aceite, fideos, papel higiénico. Si recordamos aquellos días, vamos a caer en la cuenta de que todos vivimos situaciones similares, producto de la desinformación, los rumores y la incertidumbre frente a lo desconocido.
Con el paso de los días, la imprevisión y el desconcierto se hicieron más palpables. «Yo no creía que el coronavirus iba a llegar tan rápido, nos sorprendió», dijo el ministro de Salud de la Nación en una entrevista televisiva con A24 el 9 de marzo. Luego se anunciaron las primeras medidas sobre migración, se prohibió el ingreso de extranjeros al país, se pusieron puestos de control en Ezeiza, empezó a hablarse de casos y contagiados aunque no había datos y los testeos eran insuficientes porque el único centro autorizado era el Instituto Malbrán. Empezamos a tener reuniones permanentes con distintos miembros del Gobierno de la Ciudad, en las que poníamos en común la escasa información disponible con el objetivo de sopesar alternativas y tomar las decisiones correctas. O por lo menos, las que considerábamos más adecuadas de acuerdo a la evidencia que teníamos. Todos esos meses de irrupción de la pandemia en nuestras vidas fueron un desafío constante para el proceso de toma de decisiones, que se vio arrastrado fuera de los carriles de previsibilidad a los que estamos acostumbrados en la gestión. Muchas veces nos equivocamos y dimos marcha atrás con resoluciones que, al momento de tomarlas, nos parecían las adecuadas, pero claro, eso formó parte también de las cosas que aprendimos con la pandemia.
Las reuniones con algunos miembros del gabinete las teníamos en un bar por Palermo que hace años se transformó en nuestro lugar de encuentro y la historia viene desde la época en que Horacio fue papá. Necesitaba un lugar cercano a su casa para ir y venir sin pérdida de tiempo en esos primeros meses de su paternidad, entonces fuimos algunas veces a Pizza Cero, que tenía un espacio amplio para nosotros y fue quedando como espacio de encuentro. Se convirtió en una especie de tradición del grupo. Y ahí estábamos, después de aquella primera conferencia de prensa y con las nuevas medidas tomadas por el Gobierno nacional sobre la mesa, sopesando la información y buscando las mejores alternativas para afrontar lo que venía. Andábamos a ciegas pero igualmente debíamos elaborar un plan de emergencia.