10 de diciembre de 2019

escuela

Apenas tres meses antes, el día que comenzó mi segunda gestión como ministra, nada me hubiera hecho pensar que íbamos a estar en una situación semejante. Aquel 10 de diciembre también fue un momento con emociones contradictorias porque estábamos asumiendo después del triunfo en la ciudad y la derrota a nivel nacional.
Horacio Rodríguez Larreta fue reelegido para su segundo período como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el apoyo fue rotundo. Los ciudadanos nos acompañaron mayoritariamente con su voto y no podíamos más que sentirnos orgullosos por el apoyo popular al trabajo realizado. Pero también estaban presentes los efectos de la derrota a nivel nacional y provincial: habíamos perdido esas elecciones y los resultados mostraban una caída del proyecto político integral. Algo hicimos mal: ¿en qué nos equivocamos? Llegaba un momento fuerte de autocrítica, de revisión y de pensar en el futuro para corregir errores.

Esa tarde del 10 de diciembre fuimos llegando a la casa de la ciudad en Parque Patricios donde Horacio y Diego Santilli, jefe y vicejefe de Gobierno, nos iban a tomar juramento a los integrantes del nuevo gabinete. Tuvimos otra vez el apoyo abrumador de la ciudadanía y en ese momento también sentimos el sostén de todo nuestro espacio político. Aquel día nos acompañaban el ex presidente Mauricio Macri, la ex gobernadora María Eugenia Vidal, los ministros salientes del Gobierno nacional, legisladores y colegas con los que venimos trabajando desde hace años en la construcción de un proyecto político. Saludamos a los ciudadanos que nos votaron y a los que no lo hicieron, Horacio remarcó la necesidad de construir consensos apelando al diálogo, se comprometió a trabajar para alcanzar los objetivos planteados y nos tomó juramento a todos los ministros y secretarios.
—Estoy convencido de que cada uno de ellos va a cumplir con los compromisos que asumimos porque, si bien hicimos mucho, queda más por hacer.
Enseguida nos pusimos a trabajar en eso.


En los primeros días de enero de 2020 empezamos la mudanza del ministerio al Barrio 31 con la coordinación general de Diego Fernández, Secretario de Integración Social y Urbana de la Ciudad de Buenos Aires. Por fin estábamos completando una política de gobierno muy ambiciosa que había nacido allá por 2016 cuando Horacio lanzó «Treinta y todos», un plan de acción para la integración social y urbana de los barrios 31 y 31 Bis, la construcción del Polo Educativo María Elena Walsh —con una escuela de nivel inicial, una escuela primaria y un centro educativo para adultos— y un nuevo edificio para el ministerio de Educación de la Ciudad.
Había sido nuestro compromiso y estábamos inaugurando la última etapa.

Por esos días cambió mi espacio laboral y también el de los 2500 empleados que hasta entonces trabajaban en distintas sedes. Nos mudamos a un entorno nuevo y a un espacio centralizado de trabajo: un edificio de diez plantas, dos subsuelos, planta baja y siete pisos en el corazón de un barrio que en cinco años había cambiado completamente con el plan de integración urbana que supuso arreglo de viviendas y construcción de nuevos hogares, obras de pavimentación, cloacas, iluminación e instalación eléctrica, la incorporación de líneas de colectivo que empezaron a llegar al barrio, la nueva escuela, los espacios verdes y, finalmente, la mudanza del ministerio. Después de dos años de trabajo en la nueva sede, puedo decir que hay una gran sinergia entre el barrio y el ministerio, con cada una de las personas que trabaja en él y también con el constante movimiento de docentes y estudiantes que vienen, hacen trámites, se reúnen y arman proyectos.

Estábamos contentos y ocupados con la mudanza y a la vez empezábamos nuestro segundo período de gestión con algunos cambios. Horacio nos había pedido la reformulación de los equipos en cada uno de los ministerios porque ese es su estilo de hacer política: proyectar, gestionar, evaluar y volver a proyectar. En los cuatro años previos nos fue muy bien, el resultado de las elecciones así lo indicaban, pero también la gente nos había dado un mensaje a nivel nacional y por eso era imperativo reformular equipos y planes de trabajo. Los cuatro años que teníamos por delante no podían ser como los anteriores. Tenían que ser mejores.

Yo me formé políticamente con Horacio y por eso creo que tengo tan internalizada esa forma de hacer política que implica siempre cuestionarse, pensar y gestionar creativamente para encarar transformaciones constantes. Es como si no pudiéramos relajarnos nunca. Cuando lo conocí, yo todavía estudiaba en la facultad. Nunca había participado en política partidaria, aunque siempre estaba metida en todas partes, por ejemplo cuando fui delegada de curso en la secundaria o armamos el centro de estudiantes y entre las cosas que discutimos estaba el reclamo para cambiar el uniforme. Hay que imaginarse los inviernos en Bariloche y el jumper corto o hasta las rodillas, así que fue un logro para nosotras poder usar pantalones. Después me vine a estudiar a la Universidad de Buenos Aires, ingresé en Ciencia Política y en el último año elegí la orientación Administración Pública porque, aunque me gustaba estudiar, sentía que necesitaba otra cosa: bajar a tierra lo que estaba en la teoría. En una de las materias optativas vino gente de la Fundación Sophia a hacer reclutamiento de estudiantes para trabajar en proyectos de investigación y uno de esos proyectos tenía como requisito que los estudiantes fueran de la Patagonia. Es decir, estuve en el lugar correcto en el momento indicado, porque el que dirigía esa fundación era Horacio Rodríguez Larreta.
Era el año 1997, trabajaba de moza los fines de semana en una pizzería y cuando me iba a Bariloche en las vacaciones atendía una chocolatería durante el verano. Cuando empecé a trabajar en la Fundación viajé varias veces a la Patagonia para hacer relevamientos; no lo sabía entonces, pero se estaba iniciando mi formación política. Como yo, muchos de los que compartimos el espacio nos estábamos formando como cuadros técnicos, porque esa era la visión de Horacio: conformar equipos de trabajo que con el tiempo estuvieran preparados para ocupar espacios de poder y llevar adelante políticas públicas destinadas a mejorar la vida de las personas.


Cuando me designaron ministra en el año 2015, pudimos ocuparnos de reformas que buscan mejorar la calidad educativa porque había cientos de cuestiones estructurales que ya estaban resueltas. Primero Mariano Narodowski, durante un corto período, y después Esteban Bullrich, se ocuparon de los déficits de base, de todas esas obras fundamentales y necesarias sin las cuales era imposible encarar reformas. Después de años de gobiernos «progresistas» en la ciudad de Buenos Aires, los pendientes eran muchos: no estaban garantizadas las vacantes ni siquiera para la sala de cinco años que es hasta donde llegaba la obligatoriedad, no había infraestructura adecuada, no estaba garantizado el sistema de comida para las escuelas, no había políticas de formación docente, los salarios estaban muy atrasados y no se había hecho nada en términos de digitalización.

Esa es la tarea que encaró Esteban desde 2009. No se pueden encarar grandes transformaciones si hay falencias estructurales, y fueron cubiertas durante aquellos años en los que también se instaló la cultura de la evaluación para la mejora constante, se incorporó inglés en las escuelas primarias desde primer grado y se inició el «Plan de alfabetización digital», que incluyó la entrega de una computadora por chico con conexión a Internet. Esteban es un político innovador, una persona que proyecta la mirada diez años hacia adelante, y eso en educación es un activo invaluable. Cuando me tocó asumir como ministra en 2015 nos pusimos a trabajar sobre lo ya hecho, con el camino bastante allanado y nos propusimos cinco grandes objetivos estratégicos que implicaban repensar el sistema educativo y no solo gestionarlo.

Uno de ellos era seguir construyendo escuelas para mejorar el acceso de todos los chicos. Lo llamamos «Plan 54 escuelas» y las construimos, la mayoría en la zona sur de la ciudad, donde más se necesitaban. Sabemos que más tiempo en la escuela significa más oportunidades para aprender y por eso implementamos la «Jornada extendida» para los últimos grados de primaria y los primeros de secundaria. También apostamos fuerte por la «Educación digital», que atraviesa todos los niveles y brinda las herramientas necesarias para el futuro. En la Ciudad, los chicos y las chicas desde sala de 5 años aprenden el lenguaje de programación y esto les permite explorar nuevos modos de entender y construir la realidad.
Implementamos la «Secundaria del futuro», programa que postula una nueva forma de enseñar, con estudiantes involucrados, adaptado a las innovaciones tecnológicas y acorde a las cambiantes demandas de la sociedad. Otro desafío fue la capacitación docente: aumentamos de veinte a cien las horas anuales de capacitación docente en servicio y, sobre todo, impulsamos la discusión sobre la formación docente y creamos la Universidad de la Ciudad.

Esos eran nuestros objetivos y también nuestros desafíos, porque fueron cuatro años colmados de resistencias. Cómo olvidar que empezábamos cada año con paros docentes al momento de encarar las negociaciones paritarias, que al implementar «Secundaria del futuro» tuvimos amenazas de bomba en distintos establecimientos y afrontamos la toma de cincuenta escuelas o que sufrimos escraches, paros y marchas cuando propusimos abrir el debate sobre la formación docente. Todos estos conflictos, no obstante, fueron también aprendizajes, porque encaramos la segunda gestión con la convicción de que para los cuatro años por venir debíamos priorizar la cercanía y la participación de todo el sistema en
las decisiones. Los enfrentamientos y las dificultades significaron aprendizajes porque nos hicieron replantear algunas formas de la gestión y eso se tradujo en cambios concretos: una nueva cultura basada en el diálogo con todos los actores involucrados y el Estado más presente en el día a día. Las familias se convirtieron en interlocutores gravitantes para la toma de decisiones. Las convocamos con la convicción de que lo que tienen para decir debe ser escuchado, porque muchas veces los grandes conflictos, los que salen en los medios y generan tantos retrocesos en el sistema —como las escuelas tomadas o las clases suspendidas por amenazas de bombas—, son hechos ruidosos pero también minoritarios. Finalmente, lo que aprendimos fue a buscar la manera de escuchar a las mayorías silenciosas.

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