En mayo del 2022, la Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires publicó «El día que ir a la escuela fue noticia», un libro que retrata su experiencia al frente de la cartera educativa porteña durante el 2020 y 2021, durante la pandemia del Covid-19.
En marzo del 2020, cuando el gobierno nacional decidió de forma unilateralmente cerrar las escuelas de todo el país, Soledad Acuña cuestionó la decisión, ya que sostenía la creencia de que si estas se cerraban antes de la llegada del invierno, los estudiantes no podrían volver hasta los últimos meses del año.
El aislamiento y su impacto en el proceso de aprendizaje
Con el paso de las semanas, se evidenció el impacto adverso que el confinamiento tenía sobre los estudiantes, en particular, sobre los más jóvenes. La imposibilidad de asistir a las aulas acarreó la privación de experiencias únicas que solo el ambiente educativo puede brindar; en este entorno, los estudiantes interactúan constantemente con los docentes, quienes pueden brindarles orientación para superar los desafíos inherentes al proceso de enseñanza.
Asimismo, el entorno escolar ofrece la oportunidad de interacción con docentes y compañeros, lo que facilita la adquisición de normas sociales, el respeto por las reglas y la instauración de rutinas que contribuyen a la organización personal. Adicionalmente, propicia situaciones propicias para el desarrollo social y emocional de los estudiantes, una parte esencial de su formación educativa.
De igual manera, dado que las circunstancias familiares variaban significativamente, el confinamiento intensificó las disparidades existentes. Esto se debió a que no todos los hogares contaban con acceso a computadoras, Internet o incluso una alimentación adecuada y equilibrada. La escuela puede jugar un papel crucial en la reducción de estas desigualdades, ya que desempeña una función social crucial en este ámbito. También se agudizaron las desigualdades de género, ya que en la mayoría de los casos eran las madres quienes sacrificaban sus trayectorias profesionales para cuidar de sus hijos.
Acuña aborda este fenómeno como el «rol de ordenadora social» que desempeña la escuela. La Ministra expresa que Al suspender la asistencia presencial, volvimos a reconocer la función de la escuela como un elemento organizador de la sociedad en su conjunto. El enfoque en la virtualidad exacerbó las desigualdades que ya conocíamos, entre ellas la disparidad de género, ya que fueron en su mayoría las mujeres, en un nueve de cada diez casos, las que acompañaron a los niños de educación primaria e inicial en su proceso de aprendizaje. La sobrecarga de responsabilidades de cuidado se sumó a la merma en sus oportunidades económicas. Aunque las restricciones afectaron a toda la población, las mujeres enfrentaron mayores dificultades para recuperarse del impacto en su vida laboral. Mientras tanto, observábamos el impacto emocional en nuestros hijos y surgían señales de alerta sobre el retroceso en su aprendizaje.
Durante meses, fueron postergados, quedaron fuera de la vista, no consideramos el perjuicio que les estábamos causando y, por ende, su futuro fue sacrificado. Exigimos a una generación que renunciara a sus espacios, tiempos, amigos y oportunidades, tomando decisiones que solo atendían a las necesidades de los adultos. Sin embargo, muchos sectores de la sociedad civil advertían sobre la falta de sentido en todo esto.
Hacia finales de 2020, Horacio Rodríguez Larreta y Soledad Acuña lograron el anhelado regreso de los estudiantes a las aulas. Esas semanas previas a las vacaciones de verano, en las cuales los estudiantes tuvieron la posibilidad de reencontrarse en el ambiente escolar, resultaron cruciales para comenzar la laboriosa recuperación del tiempo perdido.
Este periodo también fue vital para comprender la situación individual de cada estudiante y establecer mecanismos de recuperación de aprendizaje. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires abrió las puertas de las escuelas durante el verano, el invierno e incluso los sábados, brindando a los estudiantes oportunidades adicionales para seguir aprendiendo y avanzar en sus estudios. También se amplió el calendario escolar y la duración de las jornadas educativas, con el fin de asegurar una mayor cantidad de tiempo de instrucción.
Estas medidas aseguraron que los estudiantes avanzaran de año con el nivel de conocimientos esperados para su edad, garantizando así una educación de alta calidad. Esto marcó un esfuerzo decidido por instaurar un sistema educativo que recompensara el esfuerzo y el mérito, reconociendo a aquellos que se esforzaban por continuar su proceso de aprendizaje.