“El día que ir a la escuela fue noticia” ofrece una nueva perspectiva para analizar la política. En este sentido, a lo largo del libro, Soledad Acuña explica su manera de gestionar, que se basa en los datos empíricos y el permanente contacto con la sociedad.
De este modo, diversos capítulos levantan las voces de los docentes, las familias y los/as chicos/as, para reflejar la realidad de cada uno de estos sectores y cómo vivieron el encierro durante la pandemia. El capítulo 3 “Las voces de los docentes” ofrece un espacio para que diversos docentes se expresen y cuenten su experiencia.
Soledad Acuña explica: “Aunque los esfuerzos fueron enormes, las escuelas cerradas presentaron desafíos innumerables. Directivos y docentes hicieron un esfuerzo de imaginación y creatividad que no siempre se vio reflejado en los resultados; vieron trastocadas sus rutinas laborales que se trasladaron al hogar e hicieron lo imposible para mantener el contacto con los estudiantes y sus familias. Pero no soy yo quien puede contar esa experiencia porque es intransferible, y no hay nadie mejor que ellos mismos para dar testimonio de lo que vivieron en las escuelas mientras sus aulas permanecían vacías”.
Las palabras de Erika Guzmán
La docente de la escuela 20 del Distrito Escolar 9, Erika Guzmán, es la primera que aparece en el capítulo. Ella reflexiona: “Iba a cada entrega del bolsón para seguir teniendo vínculo con los chicos, ya que muchos venían con los papás y era un momento en que decían: «Mi maestra». No se los dejó solos, no se les mandó una actividad para hacer y listo. Había chicos no tenían computadora y lo hacíamos por WhatsApp. Yo creo que cuando uno como docente entiende cuál es su rol en la sociedad y sabe que un chico tiene oportunidades porque vos se las brindás, todo deja de ser un pesar”.
Por otra parte, la docente menciona la importancia de que la escuela esté presente en cada familia, para que todos/as los/as chicos/as mantuvieran el vínculo con ella. “A veces les llevábamos los cuadernillos para que supieran que estaban acompañados por la escuela, no solamente con un bolsón con mercadería, porque el rol de la escuela no es solo abastecerlos, es educarlos y darles posibilidades, enseñarles que no tienen límites y que todo lo que se propongan lo pueden alcanzar, que vean la empatía y la colaboración con otros, que puedan sentirse parte. Yo creo que fue algo clave que los chicos pudieran sentirse parte de la escuela. Ahí se notó que algunos no podían y bueno, teníamos que trabajar el triple para que pudieran sentirse parte de la comunidad educativa. Tuve varias reuniones con los papás y siempre era el mismo mensaje: «Somos todos parte de la comunidad educativa, todos somos necesarios, que ustedes puedan acompañarlos y que ustedes puedan estar detrás de esa computadora escuchando también es clave, no respondiendo por ellos pero sí siendo parte»”.
Asimismo, menciona que con el paso del tiempo, se hizo evidente que las clases virtuales no pueden reemplazar a la presencialidad, y que por lo tanto los/as chicos/as comenzaron a reclamar por la vuelta a las aulas. “Obviamente que después de un tiempo los chicos ya estaban agotados de la virtualidad, esa computadora que era tan atractiva había perdido un poco el encanto y tampoco querían quedarse en casa, no querían seguir así, querían volver a la escuela y era un pedido continuo: «Quiero volver a la escuela, yo ya no aguanto más estar en mi casa, no puedo salir a la plaza»”.
Finalmente la docente anuncia: “Creo que eso también hizo que tanto los chicos como los padres le dieran otro valor a la escuela, no un depósito sino un lugar extraordinario con gente extraordinaria que crea mundos extraordinarios para nuestros hijos, que les brinda posibilidades y que les brinda herramientas para que puedan atreverse a soñar, a crear, a disfrutar, a aprender y a construir con otros”.
A lo largo de su libro, Soledad Acuña expresa las voces de otros docentes, detalla su experiencia personal en la pandemia y ofrece diversas reflexiones sobre lo aprendido a partir de este suceso.